Diletantes políticos

Todo político debería leer los Discursos sobre la primera década de Tito Livio obra en desuso a causa de la epítome que Machiavelli raudamente fabricó para solicitar trabajo a Lorenzo el Magnífico. Jimmy Morales apenas mencionó a la Divina Comedia como manual dignificante de los cómicos.

Desde un principio, Morales evidenció ceguera en aquello que el Concilio Vaticano II llamaría “el signo de los tiempos” y menos entendió que la caída de las organizaciones políticas más importantes allanaron el camino para su triunfo.

Como candidato debió cuidarse ante el número de víctimas que la droga de la corrupción cobraba; sin embargo, el problema es que nunca comprendió lo que ocurría. Junto a sus ascendentes militares –dueños del vehículo para timbrar su pasaporte a la presidencia– aplicó estratagemas típicas de los años ochenta.

Lejos de resolver el asunto del financiamiento ilícito durante el primer mes de su gestión, atendió la recomendación de diferir el problema mientras se buscaba una solución; la cual jamás llegó.

Se supone que hubo una negociación en la cuestión de sus parientes; no obstante, incumplió con deslindarse de aquellos que estaban señalados en su primer anillo. Fue entonces que se destapó públicamente el caso del Registro de la Propiedad.

Sus trasnochados asesores de inteligencia le aconsejaron que se anticipara a la inminente denuncia por financiamiento ilícito, declarando “non grato” al comisionado Iván Velásquez; una jugada que quizá hubiese dado resultado antes de 1989. Desgraciadamente para ellos, la dinámica geopolítica actual es otra y aún no la descifran. Acordar una cosa con el Secretario General de la ONU y 36 horas después hacer algo tan grave, le coloca como otro gobernante fantoche en el hemisferio.

Mientras se quejaba timoratamente del trabajo de la CICIG en la ONU, aquí se interponía el antejuicio en su contra. La carencia de operadores políticos en el Congreso impidió que la Comisión Pesquisidora dictaminara a su favor.

El Legislativo terminó de dar la estocada a la muerte política de Morales, cuando apresuradamente contravino las recomendaciones de la Pesquisidora. Simultáneamente, Nómada denunciaba que recibía un sobresueldo del Ministerio de la Defensa, que sumado a su salario, le hacía ganar más que el rey Felipe de España.

Los diputados pasaron la onerosa factura por ese salvoconducto y de paso se otorgaron una indulgencia ante la figura del financiamiento ilícito. Lo que no midieron, es que con el apresurado decreto conmutaban centenares de delitos. La gente se indignó y lo que Morales logró junto al Congreso, fue legitimar al comisionado y justificar la existencia de la CICIG.

Diputados y presidente galvanizaron la oposición contra ellos mismos. El mandatario liquidó el poco capital político que le quedaba. Muchos congresistas le culpan del desgaste en el Legislativo, por lo que se prevé que el antejuicio por el bono, más la reactivación del caso por financiamiento ilícito; le costarán la presidencia.

Jafeth Cabrera asumirá pendiendo de un hilo y la depuración del Congreso quizá vendrá en las ínfulas de Odebrecht. La clave será el próximo vicepresidente, que eventualmente completaría el mandato y conduciría la agenda legislativa –hoy truncada–.

La clase política y algunos integrantes de la élite están desubicados ante la nueva dinámica mundial. Esto se llama globalización y es resultado del fin de la Guerra Fría. Ahora, hasta McDonald’s apoya el paro. No es que de repente se volvieron comunistas, es simplemente que el tema central de este tiempo se llama “corrupción”.

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