Desde hace algunos años, Guatemala se ha convertido en el país de las conspiraciones por excelencia; un amigo me dijo que este era el “paraíso de los intermediarios”. El “cuello” fue por antonomasia la moneda de curso para obtener puestos, contratos, prebendas y cuotas de poder que construyeron esta sociedad tan asimétrica y por ende excluyente.
En los círculos de las élites se discuten las más disímiles intrigas políticas, mercaderes de información se proliferan en todos los ámbitos, originándose rumores, tuitazos, mails y whatsappazos en los diversos chats.
Entre las teorías que pululan, está la paralización económica en el país por la lucha contra la corrupción, es una consigna que ha conseguido algunos adeptos en el sector privado; no obstante, me sorprende que ningún estamento productivo haga hincapié en las variables tangibles que determinan dicha situación. En ese sentido, el impuesto más cruel que el empresario está pagando hoy es el tipo de cambio. Hace algún tiempo escribí un artículo sobre el hecho que la moneda más reevaluada del mundo era el quetzal, castigando enormemente al aparato productivo.
Hemos perdido el sentido crítico de asuntos que deberían ser más preocupantes que la captura de un reducido grupo de individuos que nada tiene que ver con el empresariado generador de empleo y que puntualmente paga sus impuestos. Los emprendedores que buscan ser competitivos y exportan en un mercado cada vez más disputado, son afectados con este fenómeno causado por un factor exógeno que poco tiene que ver con las leyes del mercado. La nueva dinámica en los Estados Unidos con la hostilidad hacia los inmigrantes, ha desencadenado un incremento en los flujos de remesas que llegan a Guatemala. El dólar ha descendido en más de 80 puntos y ello es resentido en la industria y agroindustria. El inmisericorde tributo que significa este factor, incluso sobrepasa el costo del impuesto sobre la renta. El hule, café, cardamomo, bienes terminados y todo lo que se produzca para comercializarse en el exterior, tienen esa pesada losa que aún no es atenuada con una política monetaria estratégica.
El sistema financiero se encuentra en una zona de confort gracias a la compra de deuda pública. La demanda de crédito ha disminuido y ello sucede porque se ausenta el atractivo para emprender cuando tus costos no te permiten competir en el mercado externo.
Así mismo, la infraestructura se encuentra en un estado deplorable, sin que el equipo del gobernante con la gafas más caras que las de Elton John agarre al toro por los cuernos. El ministro de Comunicaciones ha mostrado una incapacidad legendaria, que tuvo como último corolario la noticia que los señores de Odebrecht llegaron al colmo de no comprometerse en el “feliz acuerdo” que era por demás desventajoso para Guatemala; mientras, el tiempo y recursos para transportar mercancías u otorgar servicios en el interior, no hacen más que multiplicarse.
Es necesario que surja un liderazgo en los sectores productivos para establecer una agenda de reactivación que solucione en el corto plazo los problemas del tipo de cambio, infraestructura y simplificación administrativa; que derive en una mayor competitividad para el sector productivo. No con prebendas, no alegando por el salario mínimo o pidiendo exoneraciones; ese modelo es obsoleto y nos ha llevado a esto.
Quizá sería mejor que en vez de estar cavilando sobre cómo sacar al Procurador, la CICIG o meter a un fiscal corrupto; propongamos soluciones y exijamos a las autoridades que cumplan finalmente con los guatemaltecos.