Cuando Eusebio de Cesaria escribió la historia de Constantino, le loaba con ditirambos dignos de cualquier culto mistérico; era el ungido por el Señor para rescatar a la civilidad de la supuesta barbarie. En un pequeño olvido, obvió que el emperador asesinó a su hijo Crispo cuando lo sorprendió en actos impúdicos con la madrastra Fausta. En su cólera, el tetrarca ordenó sumergir a su adúltera esposa en una tina hirviendo. Los padres de la iglesia para atenuar el execrable crimen, cambiaron la temperatura del agua al término “tibia”; pese a ello, la realidad es que la pobre mujer terminó sus días sancochada por el elegido para iluminar al mundo.

Hay versiones que atribuyen a Lactancio y Eusebio la creación de los evangelios, pues antes del Concilio de Nicea no había textos escritos al respecto. Filón de Alejandría que vivió en Judea durante esos tiempos, nada refiere sobre la existencia del fundador de la iglesia cristiana.

Eusebio habla de mártires devorados por las fieras en el Coliseo por designios expresos de Nerón, no obstante que dicho anfiteatro fuese construido por Vespasiano, un hecho posterior a la muerte del singular emperador educado por Séneca y Agripina.

Hay razones de peso para presumir que el comentario de Flavio Josefo respecto a los cristianos es una interpolación y volviendo al Concilio de Nicea, los historiadores se quiebran la cabeza preguntándose por qué el Papa Silvestre no asistió -se arguye que la figura papal no existía hasta ese momento-. De ese pontífice muy poco se sabe.

Eusebio también afirma haber encontrado unas supuestas cartas entre Jesucristo y los reyes de Abgaro y Edesa, un relato que fue desechado con el paso de los siglos.

Más adelante en la historia, “Felipe el hermoso” rey de la dinastía Valois, difundió el rumor que la orden de los “Caballeros del Templo” había estrechado un pacto con el diablo, se decía que en un acto abominable escupían un crucifijo y cometían acciones deleznables al interno de su sede. El monarca francés soslayó el detalle que su reino adeudaba una ingente suma de dinero a los templarios, que lejos de haber celebrado un pacto con Lucifer, se volvieron secuaces de Gordon Gekko y tenían bien clavado al guapo Felipe.

Cuando Jaques de Molay -el Gran Maestre de la orden- ardía en la hoguera, profirió una enigmática maldición contra la familia real. En los días que guillotinaron a Luis XVI durante el terror, se afirmaba que los templarios vengaban la afrenta encarnados en los francmasones del gran Oriente parisino.

Nuestra historia actual. El dictador norcoreano integraba el eje del mal hasta hace poco, luego, el mandatario de los Estados Unidos, sin rubor alguno, le otorgó una calidad de “igual” tras reunirse con él en una simétrica cumbre; poco después, afirmó en Helsinki que Rusia no había interferido en el proceso electoral de los Estados Unidos, para luego retractarse aduciendo que se confundió y quería decir lo contrario; eso sí, ya de vuelta en su país.

Aquí, los rusos cooptaron a la CICIG para perseguir a una familia cuya peligrosidad se decía mayor a la de Kasparov; empero, tras una investigación en Estados Unidos se determinó que tal injerencia no existió, “au contraire” los parientes de la protagonista  del reality de los “mariscos frescos” con caucásico acento de El Progreso, no interesaban al terrible Vladimir. Quizá el más triste de todo esto fue Bernie Madoff, pues planeaba declararse perseguido político emulando la “capiruchesca” jugada de ajedrez en Guate.

“Cosas veredes Sancho amigo” por cierto, esa frase no está en el Quijote…