Las sociedades indefectiblemente cambian por dos factores: el dictador virtuoso como príncipe ilustrado que definió Machiavelli o debido a una élite visionaria que decide efectuar transformaciones para garantizar sus posiciones a largo plazo; la democracia resulta un sistema dirigido en el segundo punto. El éxito de la transformación depende en que haya beneficios tangibles para la sociedad donde conviven, de lo contrario, el poder será efímero.
Este fenómeno lo hemos visto repetirse una y otra vez a lo largo de la historia, vienen a mi mente -previo a la célebre asamblea ateniense- las consultas populares que Otánes decía ya existían en Persia, las “signorias” del medioevo, el “duca” veneciano, los cabildos, la declaración de los derechos del hombre en Francia o la constitución estadounidense.
En Guatemala hemos fracasado estrepitosamente por la falta de esa visión, las estadísticas frías e inmisericordes son la cachetada perenne contrapuesta a la letanía de justificaciones que recitan las élites por la realidad imperante. Es un hecho que desde hace décadas nuestros gobiernos han sido financiados y apoyados por grupos económicos que cada cierto tiempo reclaman una situación creada por ellos mismos.
La actividad empresarial es uno de los más intrépidos esfuerzos del ser humano, el riesgo que implica emprender es una de las expresiones más bellas de heroicidad en nuestra civilización; no obstante, cuando el ambiente predominante en una élite económica es la perpetuación de privilegios a costa de la innovación que la competencia obliga a efectuar, tenemos dirigencias que se asemejan más a una casta sacerdotal bramánica en vez de emprendedores visionarios destinados por sus méritos a representar un sector caracterizado por su dinamismo.
La situación de nuestro país es terrible, el actual gobierno y sus antecesores fueron decididamente financiados con esa actitud cortoplacista de mantener un statu quo originador de las vergüenzas que exhibimos en desarrollo social.
La destrucción de los partidos políticos y el sistema clientelar ocurrieron tras el modelo que se formó desde el inicio de la democracia en 1986. La izquierda aquí nunca ha gobernado, así que la realidad de las cosas es reprochable a otros. Nunca hubo una planificación de largo plazo, nunca existió la preocupación en educar a la población para evitar la bomba demográfica que nos estalló hace 20 años, somos el único país en el hemisferio que no tiene una ley antimonopolios porque esto amenazó la antieconómica asignación de recursos que hubo desde que en varios sectores no existe igualdad de condiciones para competir.
La macrocefalia económica de la capital y ausencia de innovación en la agroindustria gracias a la zona de confort que otorga una mano de obra barata -pero nada calificada- con subsidios históricos a distintos sectores, ocasionaron la grave situación existente en el área rural. La desnutrición en uno de cada dos niños hipoteca el futuro en una cuenta corriente de miseria. El reclamo público que algunos hacen sobre el daño en la economía por la lucha contra la corrupción, es la confirmación de una abyecta inconsciencia. La pasividad ante la apreciación del tipo de cambio evidencia el desinterés en orientar el modelo hacia la productividad.
El terrible populismo de izquierda nace y se prolifera en ecosistemas como este. La selección de élites visionarias ocurre cuando los mejores ocupan los puestos de dirigencia. En un país donde el estatus adscrito predomina, los resultados saltan a la vista…