Viviendo en los tiempos de Saint Germain y Cagliostro

El siglo XVIII fue quizá la última época en que la alquimia y química convivieron en una simbiosis donde a la materia se le atribuía la existencia de un alma.

El iluminismo francés llegó a su cénit con la creación de la Enciclopedia, un gigantesco proyecto intelectual dirigido por Diderot y D´Alembert.

Era claro que Europa abandonaba las viejas convicciones que por centurias habían prevalecido y se aprestaba a sustituirlas por una concepción antropocéntrica que tendría a la razón como baluarte para solucionar los enigmas de nuestra existencia.

No obstante, en medio de todo este entusiasmo científico-intelectual el mundo vivía en una dicotomía muy parecida a lo que hoy sucede en Guatemala, pues la insignia de las ciencias experimentales era contrapuesta con intensas expresiones de esoterismo y ocultismo. La física construía en el setecientos su código matemático y afirmaba la propia naturaleza aritmética; simultáneamente, conceptos como efluvios, influjos y emanaciones mantenían un indiscutible sabor mágico.

Paralelo al cálculo infinitesimal, estudiosos como D´Eckartshausen, escribían enormes tratados sobre la calidad espiritual de los números y sus potencias metafísicas; el tarot era el método para conocer el futuro. El siglo de Rosseau, Euler y Newton también perteneció a personajes como de Gebelin, Weishaupt, Lavater y dos tíos muy especiales que dan título a este artículo: el misterioso Conde de Saint Germain y el celebérrimo siciliano Giuseppe Balsamo, mejor conocido como el extravagante Conde de Cagliostro.

Ambos fueron charlatanes consumados, aventureros y encantadores de personajes como Voltaire, Casanova, Goethe, Madame de Pompadaour o Mozart. La moda de la civilización egipcia y el oriente en general, la masonería y el hermetismo filosófico implícito en la alquimia fueron su ecosistema perfecto.

El Conde de Saint Germain tenía orígenes inciertos, algunos decían que era hijo ilegítimo del príncipe de Transilvania y la gran duquesa  de Toscana. Conocedor de varias lenguas, pululó en la corte francesa causando verdadera sensación por sus portentosos cosméticos. Se decía que podía aparecer simultáneamente en varios sitios y era miembro de la secreta secta de los rosacruces. Fue recibido por el mismísimo Luis XV y se hablaba que tenía varios siglos de existencia. Un Highlander ante litteram.

Cagliostro por su parte, era menos refinado que Saint Germain pero muy efectivo; divulgador de las ciencias esotéricas, decía que provenía de un país desconocido y poseía los misterios del antiguo Egipto. En las logias masónicas encontró un asidero para promover su nuevo rito del cual era el gran Cofto.

Alquimistas conocedores de los misterios más arcanos de la taumaturgia y aritmosofía, ambos personajes simbolizaron esa intersección entre el pensamiento mágico-medieval y los valores del iluminismo científico.

Guatemala se encuentra en una dinámica similar, pues paralelo al mundo virtual, de redes sociales, Ipads y diversidad sexual; tenemos élites con acceso a tecnología y recursos guiadas por petardistas religiosos que pregonan predestinaciones típicas de la edad media, tienen aversión a lo diferente, pensamiento mágico y alimentan la pervivencia de fantasmas ideológicos desaparecidos desde hace décadas. Todo para justificar un statu quo insostenible ante el mundo.

En esta distópica realidad: ¿A quiénes identificaría usted como sus modernos traficantes de humo, mercachifles de esa rudimentaria concepción binaria y demás elementos de la actual narrativa macondiana local?

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