Tucídides y Jenofonte nos relatan en sus obras la crónica de la guerra del Peloponeso e implícitamente la descripción nítida del profundo conflicto social que existía en Atenas durante aquella época. Era claro que simultáneamente al combate que la flota libraba contra Esparta, dentro de la ciudad-estado las eterías -que eran una especie de sociedades secretas de las élites- conspiraban para hacer fracasar al sistema controlado por la Boulé que tenía al demo -ciudadanos en la asamblea con derecho a voto- como principal estandarte. La democracia debía fracasar a favor de la oligarquía que desde hacía un siglo había perdido el control de la ciudad.
Los “kalokagathoi” término griego para describir a “los bellos y buenos” debían ser los llamados a sujetar las riendas del estado y no la “canallada” que era como Critias denominaba al demo ateniense. Esa visión clasista y profundamente despreciativa de los desposeídos la vemos reflejada también en las obras de Aristófanes, quien en sus Ranas -quizá su comedia más política- despotrica contra la chusma, ridiculizando de paso a Eurípides y a otros personajes que lideraban al demo.
La oligarquía culpaba a Alcibíades de haber introducido a integrantes del demo en su etería; sin embargo, la fuerza de Atenas residía en su flota naval y ese demo en gran parte estaba compuesto por los marineros que formaban dicha fuerza.
Lo anterior otorgaba un poder formidable a los cabecillas democráticos y al igual que Julio César unos siglos después, Alcibíades era un hombre con linaje que operaba en el bando popular. Para la oligarquía ateniense la forma de gobierno ideal estaba en Esparta, por tanto, secretamente buscaron sabotear a como diera lugar los preparativos para la guerra. Cuando Alcibíades decide asediar Siracusa, ocurre el evento denominado “la mutilación de las hermas” que eran bustos del mensajero de los dioses con sus genitales expuestos, alguien decide mutilar los falos de las estatuas difundiendo la falsa información que había sido Alcibíades y sus secuaces. Ello sucedió la noche previa a zarpar hacia la ciudad siciliana.
Alcibíades decide continuar con la empresa y llegando a Siracusa es notificado del relevo en su mando, es entonces que decide refugiarse en Esparta revelando los secretos y destrezas de la navegación ateniense. Esparta finalmente construye una flota de respeto y vence a Atenas en la batalla de Egospótamos, algo de lo que nunca se recuperarían.
Las lecciones que nos da la historia son fundamentales para no cometer los mismos yerros, era evidente que el golpe a Alcibíades era un coup d´etatcon todas sus características. Los “kalokagathoi” creyeron que Esparta haría inmediatamente la paz con ellos por afinidad de clase, nunca estuvieron más equivocados, pues Esparta quizá sea el primer caso de supremacismo racial en la historia y por ende veía como inferiores al resto de ciudades-estado.
Al final, la miope oligarquía ateniense acabó con la hegemonía imperial, el asedio espartano fue inmisericorde y Terámenes fue el sepulturero de la ocasión. La obturada visión de los kalokagathoi acabó con uno de los imperios que más huella ha dejado en la humanidad.
Aunque suene trillado “no basta con hablar de los clásicos, es mejor leerlos” este relato nos puede recordar los prejuicios y cerrazón de nuestra élite chapina; que en varios casos se sienten los “bellos y buenos” de este país y por ello se sirven del Estado con soberbia para mantener privilegios. Puede ocurrir que un día la situación no dé para más y llegue un demagogo para reventarnos a todos…