Nos alcanzó la realidad

En una entrevista Miguel Ríos dijo que “La peor forma de corrupción es llamarse incorruptible”, la frase me gustó porque siempre he desconfiado de aquellos que pontifican, los que dicen “yo jamás” y las que actúan como vírgenes vestales sudando pudor y santidad.

Con el reciente destape del caso “La Coperacha”, terminó de formarse el esquema de saqueo que organizó el gobierno pasado. No se malinterpreten mis palabras, pues como muchos ya lo han señalado, desde hace décadas se sabía todo esto; sin embargo, hoy la CICIG fue el factor con el poder suficiente para derribar algo que era conocido, pero deliberadamente ignorado por las élites.

Algunos ahora dicen que se debe frenar para que no ocurra una debacle y que nadie está libre de pecado para tirar la primera piedra. No obstante, muchos en el pasado se atrevieron a denunciar todo lo que subyace en estos tiempos y fueron silenciados, desaparecidos, bloqueados o vetados. Otras veces fueron tomados por locos, antisistema o resentidos.

El fracaso del partido Patriota es el fracaso de sus financistas, fue la apuesta fatal por la obviedad, pese a todo lo que representaba. No pocos denunciaron las múltiples violaciones de los derechos humanos, los vínculos con estructuras mafiosas que por años comandaban al crimen organizado e incluso la censura a la prensa que caracterizó a sus miembros. Empero, los que ahora buscan afanosamente pasar la página, mirar para adelante o pontifican por la estabilidad del país; en su momento se han jactado de su pulcritud e hicieron oídos sordos a todo lo que se señaló contra lo que calificó el comisionado Iván Velásquez como una “banda de criminales”.

La mayoría del gabinete anterior está con orden de captura o señalados de corrupción. Desde coperachas, negocios ilícitos, lavado, contrabando y coimas; hasta vales por granos sobrevalorados y vencidos.

Lo que realmente ocurrió, fue que el nivel de impunidad hizo que se forzara la máquina al límite, llegándose al cinismo. Viene a mi mente cuando Alí subestimó a Frazier y se mofó tanto de él, que finalmente este le dio un combate tan formidable, que dejó secuelas permanentes en la salud del finado campeón. Aquí se pensó que la constante sería eterna y que ninguna fuerza podría derribar al sistema, pues los que denunciaban jamás encontraron eco a sus señalamientos y fueron convertidos en marginales.

Un amigo extranjero siempre me decía que era inconcebible como alguien que protagonizó un documental como “Titular de Hoy: Guatemala” podía llegar a ocupar un cargo público. Fue algo inaudito que durante años se supo, pero que se decidió pasar por alto. La conclusión indefectible que la gente hace, es que los intereses particulares de capitales tradicionales y emergentes, prevalecieron sobre cualquier atisbo de preocupación por el bien común.

La clase media, que era un lastimero replicante del establishment, a la primera se volteó y repudió todo lo que era su aspiracional, este efecto ha llegado hasta las capas más bajas de la pirámide social. Ello reflejado en las redes sociales, hace que las élites estén aún como el conejo frente a la culebra.

La presunción de inocencia para los acusados es un derecho que garantiza la constitución del país, desgraciadamente, la factura de todos los años de impotencia que muchos padecieron, hace que broten todos los resentimientos y la sed de justicia se transforme en venganza. Parte de la lección deberá ser respetar esos derechos, algo que el sistema no hizo con las mayorías, pero fundamental para generar el cambio.

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