Guatemala es el país de los gattopardistas por excelencia –cambiar todo para que nada cambie–. Las recientes transformaciones no han surgido espontáneamente desde los sectores sociales tradicionales, sino por fuerza de las circunstancias –últimamente provocadas desde afuera– y hay una amenaza latente de revertirlas; pues aquí la resistencia llega hasta puntos de verdadera negación, donde muchos insisten en mantener posiciones absurdas y en franca contradicción; por ejemplo, hay personas de la élite con actitudes filogermánicas del Reich de Hitler, pero al mismo tiempo, hacen una verdadera apología de Israel y su discutida política con respecto a Palestina.
Estas antípodas son parte de la precariedad de nuestras dirigencias, la ignorancia es osada y por ello observamos disparates dignos de Macondo.
Ahora ciertos dirigentes sectoriales se han dado a la tarea de utilizar lo que en política anglosajona se llama “surrogates” para presentar la verdadera posición, sin comprometer la postura oficial que dadas las circunstancias, debe ser políticamente correcta.
Esta gama de personajes, son aquellos que presentan la “línea dura” de cierto interés o sector ante los medios de comunicación, obviamente cuando se pregunta al interesado directo, este tiene un margen de acción para negociar y presentar una versión suavizada respecto al problema. Muchas veces he escuchado decir: “a aquel se le va la mano” o “aquel se manda con esa postura”, “tan así no hombre” y un extenso etcétera que descalifica con una afectación de altura intelectual. Para luego replicar: “pero en ciertos aspectos tiene razón”, “no está del todo equivocado” o si se quiere ser más cruel: “entre todas sus muladas hay algo de cierto en lo que dice”.
Lo he visto y escuchado, estos agitadores que muchas veces salen trasquilados por “mandarse” en sus comentarios, son vituperados para desaparecer un tiempo; empero, siempre son perdonados y encuentran espacio en medios de comunicación influenciados o financiados por los verdaderos titiriteros.
Los “surrogates” son personajes que siempre han existido en política; no obstante, en países como Estados Unidos o Inglaterra son endosadores de una posición correspondiente a determinado dirigente o líder. Aquí en cambio, pertenecen a una línea extrema, de choque; la cual no puede ser asumida por el interesado directo –el verdadero gattopardista que se sirve de esa herramienta para evitar el cambio– porque teme perder la posición y por ello, siempre tiene la versión moderada ante el problema.
Entonces, mientras unos endosan el apoyo a la posición del dirigente, los otros son simples sicofantes tropicales, que eran en la Grecia antigua personajes que hacían denuncias para otros –cuando el interesado no deseaba hacerlo por sí mismo–.
Lograr un sicofante tropical para sí no es tarea fácil, debe ser alguien con cierto nivel intelectual, pero que no llegue a tener un sentido analítico profundo, pues podría voltearse en el camino; así mismo, la presencia y personalidad son importantes, por eso es que no abundan y deben ser reutilizados, pese a que en ocasiones, pueden meter la pata a lo grande en la efervescencia de su ataque contra los enemigos de sus patrocinados.
Algunos han debido sacrificar su reputación personal, para ello se necesita mucho cuero y ligereza; les hemos visto disculparse hasta las lágrimas en los medios, para luego proseguir inmutables en sus posiciones.
Lo anterior es parte del rancio conservadurismo e ignorancia que todavía acusa nuestra aquejada nación, el cambio actitudinal aún está lejos.