Un rasgo característico en las sociedades primitivas es el pensamiento binario, donde los prejuicios sirvieron para sobrevivir ante la amenaza de tribus rivales en la lucha por recursos naturales cercanos. Las sociedades de cazadores-recolectores fueron sofisticándose hasta los estadios sociales que hoy conocemos.
La llegada de la Edad Media fue una pausa en la evolución de Occidente, en poco tiempo se perdió la memoria cultural y de progreso que llevó al mundo a las puertas de una revolución industrial. Durante ese periodo, el miedo tribal volvió, el dogmatismo religioso ocupó el lugar de las corrientes filosóficas, un libro explicó la totalidad del mundo y el concepto de ciudadanía se aniquiló.
Guatemala por historia y circunstancia, permanece en un limbo dicotómico temporal, donde una anacrónica forma de pensamiento binario convive con los avances tecnológicos del primer mundo. Eso también ocurre en las naciones teocráticas y regímenes dictatoriales.
Aquí por lo general se define a alguien ideológicamente y si no comparte nuestros cánones, automáticamente está descalificado. Es ridículo aplicar toda una lista conceptual para la descripción de un sujeto. Por ejemplo: ¿Si apoyo que la mujer decida sobre su cuerpo en relación a la vida del feto, soy de izquierda? ¿Si voy por el libre comercio, soy de derecha? ¿Si creo en la educación pública como mecanismo para homologar la competencia entre ciudadanos -como sucede en Europa y USA- soy de izquierda?
¿Si creo en la desmonopolización del IGSS, soy de derecha? ¿Pero si pienso lo mismo con el IRTRA, de izquierda? ¿Si no soy religioso y tengo serias dudas sobre mis creencias metafísicas, soy Vader o Skywalker? ¿Si creo en el voto de pobreza de los franciscanos, soy de izquierda? ¿Y si creo en la tesis de los evangélicos neo-pentecostales al asegurar que los prósperos son premiados por Dios, soy un salvo derechista?
¿Si creo en el resarcimiento a las víctimas del conflicto armado, soy de izquierda? ¿Si lucho contra los privilegios de los sindicalistas, soy de derecha? ¿Si denuncio las exenciones fiscales a sectores empresariales, soy de izquierda?
¿Si me cae mal Benedicto XVI por tener cara de pedófilo, voy al infierno? ¿Si del Opus Dei, soy de derecha? ¿Si simpatizo con el papa Francisco, soy teologuista de la Liberación? ¿Si creo en la Cienciología, sigo al Anticristo galáctico? ¿Y si creo que son muladas para estafar a los artistas de Hollywood, soy izquierdista resentido? ¿Si creo en el matrimonio gay, soy de izquierda? ¿Si cuestiono las adopciones por una pareja del mismo sexo, soy de derecha? ¿Criticar las idioteces de Maduro, es ser de derecha? ¿Simpatizar con el sistema social escandinavo, es ser de izquierda?
Abrazar absolutos es una de la mayores estupideces que han llevado a la humanidad a terribles conflictos, integrarse a una legión de badulaques que siguen a pies juntillas una ideología, religión o creencia; es alienación o pérdida del ser individual. El análisis simplista genera el juicio binario, paso previo para fanatismos de sistemas absolutistas y brutales. Las motivaciones humanas son infinitas e indescifrables, el ser humano no es unidimensional; principios como la honestidad, rectitud, respeto y honradez prescinden de cualquier actitud gregaria. El sentido común en uso prevalece sobre los prejuicios.
El fronterizo “by the book” debe ser especie en extinción, no podemos enceguecernos por verdades absolutas fabricadas por seres humanos, que al serlo, son sujetos a error.
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