No es el dólar, olvídense de eso, menos la rancia libra esterlina, que pese al brexit no se ha devaluado tanto, tampoco el euro, la divisa que ha perdido fuerza hasta llegar casi a la paridad con la moneda estadounidense; las “currencies” más fuertes a nivel planetario son el franco suizo y el quetzal de Guatemala.
Lastimosamente no se trata del poderío productivo de nuestra nación, menos incluso, que este país centroamericano posea el centro financiero hemisférico donde Panamá, Delaware o Brasilia palidezcan ante el intercambio comercial que supondría aquí ocurre.
Para nada, es una combinación de excesivo ingreso de remesas –ante el temor que suscitó Trump en los inmigrantes– y un modelo basado en vivir del Estado con tasas de interés atractivas en la deuda pública; lo que ha convertido a este país en una paradoja económica donde Gordon Gekko bien podría protagonizar Wall Street 3.
La meteórica apreciación de la divisa nacional en el país que ocupa el quinto lugar del mundo en desnutrición infantil, es una pincelada de lo irrepetible que es nuestro caso, al punto que ha llegado a reevaluarse en un quetzal aproximadamente; pues los bancos del sistema están pagando cada dólar en 7.23 –precio que se convierte en el peor impuesto que paga la industria guatemalteca, que es la mayor generadora de puestos de trabajo–.
Mientras China mantuvo artificialmente su moneda devaluada para no perder su competitividad, aquí las autoridades monetarias han brillado por su ausencia en la mitigación de esta contingencia económica. El sistema financiero prevalece sobre la producción nacional y la competitividad de nuestras exportaciones se encuentra en una de sus épocas más penosas por esa externalidad.
En vez de exigir la renuncia de Foppa –que solo hace su trabajo y no legisla– quizá los dirigentes de la agroindustria deberían pedir la cabeza de quienes manejan la Junta Monetaria, pues los costos de producción se han disparado gracias a ese terrible impuesto implícito en el tipo de cambio. La apreciación del quetzal está causando que varias empresas piensen en su cierre, pues cuando los costos no dan, es mejor cerrar el changarro.
La deuda interna debería dolarizarse y así bajarían las tasas de interés, los bancos deberían prestar en dólares para salir del exceso de liquidez en dicha divisa, pues el problema de la apreciación radica en que existe una sobreoferta de dólares en el
mercado que debe ser neutralizada.
Si el desempleo es uno de los talones de Aquiles en nuestra economía, ciertamente la falta de competitividad exacerbada por una moneda fuerte, está liquidando lo que queda de la industria.
Hace como un mes fui a la costa Pacífica y me llamó la atención que el carril saliente de Puerto Quetzal hacia Guatemala estuviese tan deteriorado respecto al otro; cuando pregunté a un amigo que allí trabaja, me explicaba que ello se debía a la cantidad exagerada de contenedores para importación en relación a las mercancías destinadas a ser exportadas.
Tenemos el ejemplo de Grecia, que no ha podido salir de su agujero financiero porque no puede reactivar su economía con una devaluación que permita a su industria competir respecto a otras naciones.
De seguir esta tendencia, los únicos empleos que quedarán en pie serán los de bancos y financieras. La presión social podría llegar a incrementarse peligrosamente, pues el crecimiento demográfico no puede ponerse en pausa y de funcionar el muro, el ingreso de divisas se restringirá en el largo plazo; para ese momento, no habrá remesas ni fábricas.