Jean-Paul Sartre es uno de los padres del concepto denominado “angustia existencial”, aun cuando hay antecedentes en los monjes medievales que la personificaban en un demonio que les visitaba algunos fines de semana; este ente estaba asociado con la famosa “bilis negra” que era un factor físico que provocaba el fenómeno. El pensador del siglo XV Marsilio Ficino decía: “Es apropiado entonces que temples la bilis negra a su justa manera”.
El concepto es tan etéreo que tiene múltiples acepciones, algunos lo sitúan como pariente del vacío existencial de Viktor Frankl; entonces depende del contexto en que se utilice. Refiero este término debido a que mi estimado doctor De La Torre me incluyó con mis amigos Lucía Escobar y Andrés Zepeda junto a Raúl de la Horra –no tengo el gusto de conocerle– como los exponentes de turno en el país.
Ante todo, es un privilegio ser incluido en ese grupo heterogéneo y existencialmente angustiado; no obstante, es importante remarcar que quizá se malinterpreta el hecho de señalar las escandalosas aporías que a diario construyen nuestro tercermundismo tropical.
En un país donde el statu quo nos tiene con uno de cada dos niños desnutridos, graves índices de mortandad materna y analfabetismo funcional que supera el 60 por ciento; aquellos que hemos tenido la suerte que la fortuna nos bese, estamos obligados a buscar un cambio desde nuestra esfera de acción.
El sistema global tiene a la competencia y eficiencia como sus distintivos, ello requiere cada vez más preparación y especialización. ¿Cómo podemos exigir competitividad a una población que en su mayoría creció con acceso mínimo a proteínas? “No se le quedan las cosas” escuchamos decir de los mensajeros o las empleadas. ¿Cómo pedir que participen en la dinámica económica sin salud y una educación medianamente decente?
Hay gente que se ha superado por supuesto, el esfuerzo es doblemente encomiable; pero es importante recordar que “la excepción solo confirma la regla”, es como medir a Haití por Leslie Desmangles. Estamos hablando de excepciones, de lo contrario nos referiríamos a los casos en plural, como lo hacemos con los alemanes, gringos o canadienses. Cuando son países se trata de sociedades en conjunto, no de singularidades; es entonces que salimos como los peores de la clase.
Quizá sea mejor permanecer en la zona de confort y disfrutar de la posición artera que te tocó por haber nacido al otro lado de la alambrada; sin embargo, apartando temas deontológicos, es un modelo inviable que a todos nos terminará arrastrando al despeñadero tarde o temprano. He visto mucha gente en Miami decir: “el país era maravilloso y mira en lo que paramos”. Si las élites no crean válvulas de escape, sucumben, la historia está repleta de ejemplos, desgraciadamente aquí ocurre como dicen en Sicilia: “la instrucción es obligatoria y la ignorancia facultativa”. Nuestros dirigentes gremiales y políticos optan por obviar la historia.
Un ejemplo muy antiguo lo podemos tomar de Tucídides y Jenofonte, que describen a través de la guerra del Peloponeso la extinción de la oligarquía en poco más de un siglo hasta desaparecer físicamente en Eleusi.
Empero: ¿Quién de Miwate quiere saber de cosas que sucedieron antes de haber nacido? Mejor traigamos gurús de marketing –eso sí, no aprobemos la ley de
competitividad–.
No es precisamente angustia existencial, en el caso de este conato de escribiente, nada más alejado de ello, es inconformismo con nuestra realidad, ahora me pregunto: ¿Quién puede conformarse con lo que aquí pasa?