La chusma es entendida como aquellas personas de escaso conocimiento que vituperan, linchan, endiosan y luego mancillan según su volubilidad momentánea o necesidades. Esto es en parte derivado de las críticas que los optimates hacían a la plebe en la antigua Roma, donde se acuñó aquella frase que hoy es reglamentaria para referirse a los regímenes populistas: “Panem et circenses”.
No obstante, varios autores clásicos se refirieron a la chusma en un sentido más intelectual que de posición económica; eran aquellos que buscaban su ascenso no a través de la excelencia, sino por la obtención de privilegios con el poder económico, la lambisconería o el tumulto.
Acorde a ello, la chusmería no conoce posición social, color, sexo u orientación religiosa. Petronio en “El Satiricón” hace un retrato brillante del lambiscón en la famosa cena que tuvo lugar en casa de Trimalción y luego arremete contra el rico anfitrión que rodeado de lisonjeros es tanto o más chusma que la plebe misma. Petronio genialmente lo personifica buscando posición social al contratar sofistas de planta en su mesa, ofreciendo extravagantes vinos y manjares, ostentando enanos con orinales de plata en los festines y secando sus manos con la melena de bellos bárbaros germanos.
Tan abyecto uno como otro, tan vulgar el adulado como el adulador; ambos gentuza.
Si oclocracia es entendida como el gobierno de la plebe –en el sentido mas peyorativo que se pudiese dar- aquí en Guatemala el término es extensivo a todos los grupos de presión. Predomina el que más apriete, sea con gente manifestando y bloqueando o fuere como elegantes empresarios patrocinando candidatos que eternicen privilegios.
Nuestra oclocracia ha causado que tengamos las peores salud y educación en el hemisferio. Pese a tener la mayor actividad económica de Centroamérica, somos los últimos en desarrollo humano.
La oclocracia se ha extendido hasta en la religión, pues la relativamente joven comunidad evangélica ha adoptado el protestantismo ignorante, vulgar y frívolo de la corriente neo-pentecostal; en vez del racionalismo místico y austero del protestante luterano europeo. ¿Por qué? Estupidez, ignorancia enciclopédica que conlleva payasos con costosos trajes explicando que usted no es próspero porque no está bien con Jesucristo, pero si contribuye y acepta el exorcismo del pastor estrella, entonces el señor le premiará. Gente con títulos y poderío económico se someten a estos embusteros baratos. Como diría Napoleón: “Inteligentes de una cosa… no del todo”.
En el catolicismo pasa lo mismo con algunas congregaciones de la sociedad oclócrata pro-establishment, volviéndose una especie de partidos fascistas donde los numerarios incluso hacen testamento a favor de dichas organizaciones.
Mientras, nuestros líderes gremiales y políticos buscan las causas del subdesarrollo en asuntos periféricos, invitan a gurús de chusma con conatos de refinamiento, teólogos en bisutería existencial y gerentes que hacen ver a los yuppies de los ochenta como personas profundamente espirituales. Desprecio por el pasado, ignorancia escandalosa de la historia, apuesta por un inviable sistema exportador de inmigrantes. El hecho que deambulen entre la indigencia es un mal que pueden tolerar mientras su burbuja no eclosione.
Si nuestro tiempo marcha de esa manera y los referentes son cada vez más mediocres, es lógico que nuestra nación esté como esté, dado que tiene en las élites y sus patrocinados electorales una de las peores oclocracias globales.