Han transcurrido más de 15 mil años desde que los primeros intercambios comerciales iniciaron entre seres humanos. Fueron a la palabra, cooperando sin haberse visto antes. Ello evolucionó hasta el surgimiento del derecho mercantil y la globalización. Factor imprescindible en esa dinámica es la coherencia, pues permite la predictibilidad y genera confianza.
Nuestra sociedad es vanguardia en el reino de la negación para justificar la precaria situación que nos sitúa en el sótano de las estadísticas hemisféricas de desarrollo.
Las élites y el actual gobierno, han alcanzado niveles de órdago en sus distintas versiones para sostener un statu quo que ante los ojos del mundo, es como el vecino pedófilo con quien nadie quiere relacionarse en un barrio vienés. La coherencia dejó vale aquí hace mucho tiempo.
Gracias a esta administración y sus financistas, tenemos al país destruido en su infraestructura, abandonamos la lucha contra la corrupción, los inmigrantes son nuestro primer producto de exportación, olvidamos el combate a la desnutrición, la educación sigue en caída libre y por si fuera poco; la agroindustria está por los suelos ante una inexistente estrategia para enfrentar la revaluación de nuestra moneda, a causa de la avalancha de dólares que llegó durante los últimos años por las remesas. Tanto el establishment, ejecutivo y partidos afines usaron todas las energías para salvar de la justicia a algunos de sus exponentes, jamás prevaleció el interés de país.
El discurso de la soberanía para luego pedir tropas extranjeras aquí, el apoyo a candidatos impresentables vinculados claramente a estructuras de corrupción y por si fuera poco, con un nivel de instrucción –ni siquiera hablo de cultura– más que precario; son lastimeros ejemplos. Lo anterior solo muestra el verdadero nivel en que estamos, la coherencia, fundamental para el respeto de los contratos, brilla por su ausencia en el discurso político y aunque furibundamente se niegue, afecta el basamento moral del Estado de derecho. La mentira descarada se vuelve moneda corriente y para muestra podemos mencionar la reciente desfachatez del ministro de la Defensa al contestar “No es una compra, es una adquisición” cuando se le inquirió sobre los aviones Alfajor III.
En un área que debería ser la más sana en una sociedad, como lo es el deporte, aquí la Agencia Nacional Antidopaje acaba de destruir la carrera del futbolista conocido como el “Moyo” Contreras, suspendido por positivo de clostebol, que en Guatemala ha aparecido en más de 15 casos y como fenómeno es único en el mundo por la extraña cantidad de afectados. “Pomada” dijeron primero, “es la carne” justificaron después y ahora no pueden explicarlo. En el caso del golfista Daniel Gurtner, positivo por la misma sustancia, el Tribunal Internacional del Deporte -máxima instancia de justicia deportiva mundial con sede Suiza- le declaró inocente y condenó a la agencia nacional validando la plausibilidad que hubiese sufrido un sabotaje por bebida contaminada –la hidratación fue proporcionada por personeros de la ANADO y por eso en el laudo asignó la carga de la prueba a sus funcionarios–. Tras el fallo, las autoridades locales ridículamente descalificaron al tribunal y en las contradicciones de sus mismos empleados se refirieron a la “post-verdad” de los hechos. Don Moyo: le cuento que se lo están baboseando. En una sociedad así, el éxito de un proyecto honesto y sano para cualquier ámbito se encuentra en las antípodas de lograrse. Sic transit gloria Coactemalan…