La leyenda de Hiram Abif surgió en los salones de sociedad en el siglo XVIII, cuando el misticismo egipcio estaba de moda y personajes como Cagliostro fueron predilectos en las tertulias de las aburridas damas aristocráticas francesas e italianas. La quintaescencia de ellos es sin duda Giacomo Girolamo Casanova, que aparte de rifar su miembro viril entre un sinnúmero de damiselas, fungió como director de la lotería en París y cuando las posibilidades se le reducían, su “paesano” de Venecia, el embajador Sebastiano Foscarini, le contrató como secretario en Viena. Tras la muerte del diplomático, aceptó el puesto de bibliotecario para el conde de Waldstein en Bohemia, allí aprovechó ese remanso de tranquilidad para escribir sus imperdibles memorias.
La masonería se instrumentalizó principalmente en Francia para crear una estructura destinada a terminar con el “Ancient Regime”, fue el preludio de los efectivos “soviets”rusos para deponer a los Romanoff un siglo y medio después. Las logias como el “Gran Oriente”francés y los “carbonari”italianos eran las células de rebelión contra “los tronos y los altares”.
Los rituales iniciáticos y su parafernalia sirvieron para comprometer a los “aprendices”en las redes que otorgaban poder a los dirigentes. Existe una leyenda que apunta a “La flauta mágica”de Mozart como la representación de ciertos misterios masónicos, por tal revelación, en realidad fue liquidado.
La representación de Jesucristo como rubiecito de ojos azules fue asemejarlo a Carlomagno, quien salvó al papa de los longobardos. Se mutó la carita tipo Nayib Bukele por la de un apuesto caballero germánico con los rasgos del monarca carolingio; el nieto de Carlos Martel se había convertido en el protector de la iglesia contra las aspiraciones de Desiderio por los terrenos papales. Previamente, en el siglo VII, el clero había transformado al dios Wotan en el arcángel San Miguel tras un hábil proceso sincrético con los mismos longobardos -quienes a la sazón dominaban Italia-. Tras ocho siglos, un fenómeno parecido ocurrió en el cerro del Tepeyac.
Eusebio de Cesárea inventa el famoso momento en que Constantino ve el crismón antes de la batalla en el puente Milvio, pues ni Eunapio o Amiano Marcelino mencionan algo al respecto. Zósimo refiere el acercamiento del emperador con los cristianos, cuando un egipcio llegado a Roma, le relata que esa religión anulaba cualquier culpa, conteniendo en sí misma dicha promesa -Constantino vivía atormentado porque había cometido un acto terrible al ordenar la ejecución de su segunda esposa e hijo-. Sozomeno -otro historiador eclesiástico- atribuye tal interpretación a los círculos paganos que vilipendiaban al cristianismo. Es tan válida una versión como la otra; no obstante, en el arco triunfal de Constantino por sus victorias contra Magencio y Licinio, que se encuentra frente al Coliseo, no hay algún signo cristiano.
Aquí, Justo Rufino Barrios habría muerto en la batalla de Chalchuapa por un disparo en la espalda y el mercenario Edgar Zollinger -ejecutor de Reina Barrios- posiblemente cometió el magnicidio contratado por Estrada Cabrera. El soldadito que supuestamente asesinó a Castillo Armas y tenía un diario comunista que parecía redactado por el mismísimo Gramsci, era inocente, el magnicidio estaría a cargo de un sicario enviado por el dictador Trujillo a causa de un ajuste de cuentas.
Si vamos a hechos más recientes, las versiones se multiplican. ¿Entonces? Quizá sea cierta la frase: “Suerte te dé Dios hijo y que el saber poco te importe”.