Latinoamericamiento

En Estados Unidos antes existía un código que todos los mandatarios respetaron: la institución de la presidencia, la cual tenía un aura de inviolabilidad que ni siquiera Nixon empañó con el escándalo Watergate.

Hace 4 años se instaló un individuo cuyos rasgos son muy familiares por estas latitudes: autoritario, egoísta, mentiroso compulsivo e inescrupuloso.

Tengo buenos amigos “conservatives”allá, quienes por afinidad política están vinculados a diferentes corrientes en el partido republicano. Apoyan al libre mercado -sin proteccionismos-, el respeto a la diversidad y la libertad de cada uno para lograr sus sueños en igualdad de oportunidades. Dichos postulados no tienen lugar para el supremacismo racial, la justificación de unos saqueadores por otros, anti-inmigración, corrupción y menos homicidios contra los ciudadanos. 

El concepto “checks and balances”defendido a ultranza por los que buscan la limitación al poder de los gobernantes, nunca ha estado en mayor peligro. Los referentes históricos republicanos lo entienden, se preocupan y debieron tomar distancia del presidente norteamericano; pues transita en ruta de colisión hacia noviembre y podría fracturar permanentemente a su propio partido.

En todo movimiento, sea de izquierdas o derechas, siempre hay idiotas, quienes por antonomasia son extremistas; por tal razón, muchas veces los ultraconservadores se parecen tanto a los comunistas rematados. Botón de muestra es Bill Gates, repudiado por los trumpistas y quienes piden hasta que tus papás sean designados por el estado. 

La libertad de opinión e innovación son detestadas por los que tienen ideas totalitarias; lo vimos con Yanáyeven Rusia, cuando los conservadores del comunismo quisieron echar por tierra las reformas de Gorbachov y en la resistencia a la progresión de los derechos civiles en Norteamérica. Esto último se revitalizó con el discurso anti-inmigrante de Trump y su guiño a los supremacistas blancos llamándoles “fine people”tras el resurgimiento de las tensiones raciales. 

Un espaldarazo del representante de la unidad nacional para aquellos que por sus creencias raciales estaban sujetos a la condena moral, es lo que se necesitaba para que afloraran los añejos perjuicios. 

Hay cosecha de tempestades tras las lluvias que el “tycoon”sembró, además, pidió a los rusos sabotear al partido político opositor, ignoró los tiroteos masivos y se mofó del Coronavirus -siendo ahora el país con la mayor cantidad de víctimas-. Ahora, el percutor de la crisis fue su ausencia de empatía al no condenar con determinación el asesinato de George Floyd y querer sacar al ejército para disolver las manifestaciones.

Refugiarse en la base extremista de su partido podría costarle la reelección -es un universo cada vez más limitado-. Los conspiranoicos de extrema derecha son hoy sus defensores y personajes oscuros como el ex nuncio Carlo María Viganò -encubridor de los abusos del arzobispo John Nienstedt-.

Se tropicalizó el Ejecutivo estadounidense, veremos si la clase política puede rescatar a la institucionalidad de ese laberinto.En la superficie, la brutalidad policial con justificaciones adjetivadas hacia un grupo racial, es el dispositivo que provoca los estallidos. Mientras, en estas profundidades del tercer mundo, se normaliza la quema de personas por comunidades sumidas en la ignorancia y carcomidas en su sentido común, a causa de promesas ultramundanas que les transforman en víctimas conformes con su miseria, pastoreadas por hienas que comercian con esa lastimera y tétrica candidez.

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