Los seductores del populacho surgen en todas las generaciones. Desde los tiempos de la Grecia clásica, Pericles, con su retórica infamante y el concurso de Efialtes, mandó al ostracismo a un buen hombre como Cimón. Basta que exista lo que Plutarco denominó “una fractura escondida en la sociedad”para que los disociadores se aprovechen del “vulgo profano”– magistralmente definido por Tácito- y lleven a sus sociedades hacia el precipicio.
Tucídides nos legó el discurso pronunciado por Pericles en loor a los caídos, una especie de lección cívica anual enunciada a los atenienses para honrar a los soldados que habían perdido la vida durante las guerras. Pese a la belleza oratoria del encomio, lo cierto es que Pericles inauguró el fin de la hegemonía ateniense.
Una generación después, Alcibíades, personaje fascinante y sobrino político de Perícles, con retórica incendiaria y en alianza con Nicia, ostracizó a Hipérbolo; hombre desprejuiciado de cualquier decencia y recurrido en la sociedad para linchamientos políticos.
Alcibíades también sería víctima de los hierofantes del culto a la calumnia, esta vez fue un tal Andócide, quien le señaló de burlarse de los cultos mistéricos a Démeter y luego en un acto frenético de embriaguez mezclada con arrogancia, mutilar con algunos amigos las hermas -particulares estatuas en forma de columna cuadrangular dedicadas al dios Hermes-.
No obstante las acusaciones, Alcibíades pudo partir en su expedición contra Siracusa y al nada más llegar a Sicilia una comisión de la polis le conminó a retornar para enfrentar el juicio respectivo.
Alcibíades huyó hacia Esparta, proporcionó todos los puntos débiles de su patria y fue responsable en gran parte de la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso.
Lo mismo podríamos decir de incitadores del vulgo como Terencio Varrón, que llevó a los romanos hacia la derrota de Cannas; un Catilina o Cirilo de Alejandría -autor intelectual del incendio de la biblioteca de Alejandría-.
Ahora vivimos tiempos de populismos de derecha, hace poco eran de izquierda; sucede en la política estadounidense, que llega a su punto más bajo desde 1776.
Donald Trump se convirtió en la peor pesadilla del partido Republicano, hasta sus defensores a ultranza han debido apearse de ese Titanic en que se ha convertido su administración.
El supremacismo racial, Coronavirus y ahora John Bolton; le desnudaron, mostrándolo de cuerpo entero, como un agitador de masas a través de la diseminación del virus más potente: el odio. Contra ese flagelo el único anticuerpo efectivo es la educación -una materia relativamente olvidada para la capacidad económica de dicho país-.
Con un discurso limitadísimo y mediocre, donde todo son consignas como “so great”, “like never before”, “tremedous”, “get rid of bad people” o “incredible success”; este ícono del estereotipado “blanco sureño”es el harapiento -intelectualmente hablando- Catilina que nunca quisieron los “conservatives”norteamericanos. Así será recordado.
Aquí, los libertarados tropicales callan sobre su oposición al libre comercio o sentar a los supremacistas en su mesa. Quienes decían que fue el único en confrontar a los chinos, resulta que Bolton los corrige cuando nos cuenta que rogó a Xi que le ayudara con su campaña electoral, colocando a su país en un predicado terrible.
Hasta lo compararon con Hércules, imagino a Newton -el de las caricaturas- indignado; no obstante, hay algo que llama a la reflexión en esa comparación y es que Hércules fue capaz de matar a su mujer, hijos y sobrinos…