Si querés contar una buena historia en el futuro, relatá que viviste el 2020; el año que llevó una carga apocalíptica solo equiparable a los 13 días que duró la crisis de los misiles en 1962.
El año del Covid-19 signó el ocultamiento detrás de una mascarilla y transformó al frote con alcohol en ritual apotropaico.
El año que agoniza nos trajo anacronismos tan absurdos como la negación de la ciencia por parte del presidente del país más poderoso del mundo y la resurrección del supremacismo racial -huella histórica que se creyó pertenecía a un pasado que la parte sensata de esa nación quería olvidar-.
Vimos ironías dignas de una mala película, cuando Boris Johnson debió experimentar en carne propia la realidad de la pandemia para enderezar el rumbo de Inglaterra sobre el tema; para decepción de los conspiranoicos/libertarados, hasta los suecos debieron recular con su teoría sobre la inmunidad de grupo. Hace dos días Rudolph Giuliani fue hospitalizado al contraer el virus del que tantas veces se mofó.
Gracias a los avances de la ciencia en sociedades sin atavismos religiosos, la humanidad no fue diezmada como ocurrió en la edad media; no obstante, en Estados Unidos o Brasil pudo evitarse muchas muertes si no hubiesen gobernado machos alfa empecinados en retrotraer los anuncios del Mundo Marlboro.
El negacionismo científico ilustra esa inseguridad ante lo desconocido que pervive en lo más profundo de la psique; el pensamiento mágico está más vivo que nunca y la educación es único fármaco para combatir ese morbus llamado “ignorancia” que no respeta status, edad o sexo.
El 2020 también completó la triada sacra rioplatense; Diego Maradona integra ese equilátero escatológico que culmina su narrativa tras Gardel y Evita. Desde hace tiempo, los oráculos preveían el destino fatal del “barrilete cósmico” -como le llamó poéticamente Víctor Hugo Morales-.
En el imaginario argentino, Maradona dio más alegrías al pueblo que cualquier político, fue el héroe que se enfundó en el genio embustero de Ulises al anotar el primer gol contra Inglaterra y luego, con magia ultramundana, selló la revancha por las Malvinas. Sus vicios los sufragó con propio pecunio y pagó sin rubor las consecuencias de sus ideas políticas.
Subestimar lo que el fútbol pueda significar para un país es por demás simplista y desatinado. Guste o no, este deporte “creado por los dioses” para deleite de los mortales, tiene historias y personajes que parecen surgidos del mismo Eurípides que, por cierto, así se expresa sobre el héroe:
“El oráculo no provoca la acción del personaje, sino que es la propia compulsión del héroe a la acción lo que otorga pleno sentido e induce al cumplimiento del oráculo emanado de la divinidad”.
Tras versar los dos únicos “scudetti” en la historia de la ciudad más temida de Europa, el “Pelusa”fue amado como un semidiós y San Gennaro debió dividir la pieza para darle cabida en las oraciones de los napolitanos. De ahí tal aspaviento en la Tierra.
Aquí solo ocurrió el eterno retorno, con estas y otras adiciones.