Mantengamos las formas por favor

Si Guatemala tuviera otro nombre se llamaría “República de Las Formas” pues los problemas deben siempre abordarse desde ese punto de vista, nunca en el fondo.

El primer mundo fue así alguna vez; no obstante, ocurrió en el siglo XIX, cuando en tiempos del romanticismo las élites en las ciudades manejaban ese famoso código de formas reflejado en selectos lugares como los Jockey clubs.

Los socorridos: “esa no es la forma” o “la cosa no es tan así” son indicadores del código; aquí quienes ostentan las posiciones de poder siempre se escudan en las formas para no abordar temas que asumidos sin hipocresía, son causantes de vergüenza. 

Las formas han ocasionado que cuestiones como la planificación familiar e incluso el terrible flagelo de los feminicidios sean tangenciales en nuestra rancia sociedad. El execrable crimen de Sharon Figueroa causó una gran indignación y movió a todo mundo en redes; empero, el problema siempre ha estado allí y la tragedia del Hogar Seguro que debió ser algo mayúsculo y digno de la renuncia completa de un gabinete, generó muchos “bueno estuvo” por tratarse de supuestos parias sociales. La forma es que eran delincuentes y el fondo -seres humanos con derechos- se quedó engavetado en el imaginario social.

Lo mismo ocurre cuando la comunidad internacional afecta al statu quo, la élite en la burbuja saca de la chistera el discurso del nacionalismo y jamás repara en el fondo: los precarios indicadores que nos tienen en el sótano del desarrollo.

Las iglesias evangélicas que podrían haber sido una bocanada de libertad ante el conservadurismo católico, se constituyen en la quintaescencia del “formismo” chapín, pastores hueviándole el diezmo a los feligreses y abusando de niños -al mejor estilo de los curas pederastas- mantienen las formas en su falsa mansedumbre para ocultar comportamientos más que deplorables.

La élite emite dichos códigos, el resto de capas sociales reproducen esas conductas; las formas impiden que personas con preferencias sexuales distintas a la generalidad, sean condenadas a vivir en el anonimato de sus inclinaciones con tal de ser aceptadas. Me causa lástima conocer casos de gays ultraconservadores en el país, cuando su preferencia es vituperada en el círculo social donde interactúan; la mayoría tenemos conocidos y hasta familiares, pese a esto, se anatemiza una orientación que siempre ha estado presente a lo largo de la historia. 

El Congreso es una buena muestra de laboratorio, promueven atorrantes como Moto manteniendo formas y por la excusa de esas formas, no se ha electo Corte Suprema de Justicia. Ello solo hace más pestilente el horizonte de eventos.

El formalismo siempre se impone en un conglomerado caracterizado por los prejuicios, estos devienen del “pensamiento mágico” que es típico de las sociedades primitivas; cuando no existe cultura sino solo instrucción para unos pocos, los códigos característicos son rígidos y acordes al status, indefectiblemente, el resto imita dichos comportamientos.

Para que esto cambie, falta muchísimo, porque así las cosas: no es la forma.

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