Cuando Frederick Douglass publicó su autobiografía, los sureños difundieron rumores diciendo que la historia era un invento, que su origen era francés y había estudiado seguramente en Europa porque no utilizaba el “lenguaje de plantación”. Desde que en 1838 escapó de su antiguo amo Thomas Auld emigrando hacia New York -con ayuda de su futura esposa Anna Murray- jamás imaginó lo que el destino le deparaba.
Douglass en realidad se llamaba Frederick Augustus Washington Bailey y debió cambiar su nombre varias veces para evitar a los cazadores de esclavos furtivos que cobraban recompensas por llevarlos de vuelta al sur. Se trasladó después a Massachusetts y el nuevo apellido lo tomó de un personaje perteneciente a un poema escrito por Sir Walter Scott. En la “Massachusetts Anti-Slavery Society” destacó por sus dotes oratorios.
Tras ser presentado a Lincoln, este le expresó su preocupación por el conflicto que se avecinaba con el sur, incluso mencionó la posibilidad de fundar una nación de ex esclavos en Centroamérica. Douglass insistió en la igualdad de derechos para Estados Unidos y propuso que personas de color integraran el ejército de la Unión.
Siendo líder del partido Republicano, Lincoln pasó de escéptico a principal impulsor del abolicionismo; el país se le iba de las manos, enfrentó oposición en ambos bandos y paradójicamente, su asesinato facilitó la aprobación de la décimo cuarta enmienda que fue factor decisivo para materializar esa igualdad. El senador John Bingham recogió el estandarte y enfrentó resueltamente al presidente sustituto, el demócrata y esclavista Andrew Johnson.
Pese a la derrota en la guerra de secesión, los estados del sur a través de “black codes” derivados de los tristemente célebres casos de “Los Rastros” lograron mantener la segregación en políticas estatales.
Debió pasar otro siglo para que un presidente -esta vez demócrata- presentara una iniciativa de derechos civiles; la gota que derramó el vaso fue la desobediencia del racista gobernador de Alabama George Wallace al no permitir la integración en las escuelas. El magnicidio de Kennedy moralmente obligó la promulgación del “Civil Rights Act of 1964”.
Los progresos de las sociedades se deben a la capacidad de sus élites en leer lo que el Concilio Vaticano II denominó “Signos de los tiempos”. Los dirigentes que no entienden las externalidades políticas, económicas y por ende sociales están condenados a la sustitución. Las reacciones violentas solo precipitan los destinos fatales y profecías auto cumplidas.
Los cambios son hoy mucho más rápidos, las redes sociales en tiempo real divulgan y generan esas transformaciones. De la flexibilidad de nuestras élites políticas, económicas y académicas depende la capacidad del país para adaptarse a los nuevos códigos -transparencia, anticorrupción y rendición de cuentas-. Nuestra ausencia en el concierto de un mundo interdependiente a causa de un anacronismo mental justificante de este caduco modelo, está ocasionando más subdesarrollo, desnutrición e inmigración. Vamos para atrás.