La finca de la fantasía

Siempre fue manejada por un grupo que jamás quiso industrializarla y menos que sus peones se desarrollaran para el surgimiento sostenible de una clase media que lograra el impulso necesario con el objetivo de dejar la economía de subsistencia; en cambio, fue transformada en un modelo financiero donde la absurda meta es la prevalencia de una moneda fuerte que los últimos años logró mayor reevaluación sobre el franco suizo o el euro. La causa no es la revolución tecnológica, ni siquiera una industrialización a marchas forzadas; el factor exógeno que distorsiona nuestra situación monetaria es el vendaval de remesas que inundan de dólares el sistema bancario y, por sobreoferta, provoca que nuestro quetzal vuele más alto que el águila real. El costo de ese pacto con el diablo es un sistema económico basado estrictamente en el consumo, sacrificando la capacidad competitiva de aquellos que producen localmente, es decir, quienes generan empleo.

Pese a lo anterior, la miope dirigencia empresarial lejos de comportarse responsablemente y dar la alerta sobre lo que sucede, inventó el slogan “Guatemala no se detiene” tras contratar un estudio “taylor made” para países tercermundistas –con ajustes de mangas y ruedo– mostrando la realidad guatemalteca como un dibujo en la Atalaya de los testigos de Jehová, el cual, solo faltó ser presentado por Alfonso Zayas y el enano Tun Tún disfrazados de Ricardo Montalbán y Hervé Villechaize.

Por razones familiares debí pasar unos días en Italia y nunca deja de ser un balde de agua fría constatar lo caro que está el nivel de vida en Guatemala; pareciera que Isabel II fue una señora que nació en Aguablanca de la familia Perdomo y no la hija de Jorge VI de los Windsor, pues aquí ya tenemos ribetes esterlinos. Al revisar las cuentas de súper, restaurantes y hasta servicios de internet comprobé que están al mismo precio y en algunos casos más baratos que en Guatemala, algo tristemente absurdo dadas las condiciones que tenemos en el país –desnutrición, salarios, ausencia de infraestructura, etcétera–; no obstante, el empecinamiento de nuestra élite en mantener un sistema inviable basado en corrupción –algunos por estar involucrados directamente y otros fácilmente influenciables por prejuicios debidos a ausencia de cultura y ácido fólico– nos tiene tapando el sol con un dedo, excomulgando al mundo y haciendo el mayor de los ridículos a nivel internacional cuando recurrimos a argumentos de soberanía mientras hipotecamos nuestro destino al vivir de las remesas.

En la Finca de la Fantasía los niños pobres cuando grandes no desean ser médicos, ingenieros o policías; ellos buscan ser remesadores y por tal razón se arriesgan cruzando el desierto para alcanzar más pronto que tarde el sueño de recibirse para tan fructífera profesión; mientras tanto, el grupito que lucra con bienes y servicios gracias a esta dinámica, hasta presume esta peculiaridad frente nuestro mayor socio comercial; lastimosamente para ellos, la narrativa con todo y slogan siempre se van por algún hoyo de los que abundan en la red vial.

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