¿Hacia un nuevo medioevo?

Cuando gobernaba Antonino Pío en Roma durante la mitad del siglo II d.C. Aulo Gelio nos contaba en sus “Noches Áticas” la vida cotidiana en la urbe; “Alimenta” era la entidad encargada de los niños huérfanos y estaba bajo el cuidado de Faustina, la esposa del emperador. Nunca los romanos sospecharon que apenas unos 100 años después el imperio estuviese sumido en el caos y menos que Constantino posteriormente trasladaría su sede a la lejana Bizancio.

La sofisticación alcanzada por Roma durante la época antonina no tuvo parangón, se suponía que estaba en una etapa pre-industrial y que solo por la oprobiosa institución de la esclavitud no se logró ese fenómeno que solo en un arco de 17 siglos fue posible en la Inglaterra del ochocientos.

Le percepción de infinitud que el imperio romano transmitía hacía impensable la llegada del oscurantismo a partir del siglo VI de nuestra era; si tuviésemos una máquina del tiempo y regresáramos a esa época para inquirir a un ciudadano imperial sobre el posible advenimiento de un tiempo como el medioevo, quizá se habría reído de nosotros calificando de inconcebible un escenario de tal naturaleza.

Han transcurrido apenas 77 años desde que dejamos la peor guerra que ha asolado a nuestro planeta; la bipolaridad del mundo en la guerra fría signada por lo que Miguel Ríos llamó un “marcapasos nuclear” irónicamente se convirtió en freno para conflictos a gran escala; no obstante, el peligro siempre estuvo latente y volvió a activarse con la guerra de Ucrania.

Los avances alcanzados por occidente han representado la era de mayor progreso y libertad para la humanidad; independientemente de las injusticias que vemos en el mundo de hoy, es claro que los habitantes de la Tierra jamás habían logrado el progreso que en mayor o menor medida ha impactado las distintas sociedades que componen esta aldea global.

Un grave error es darlo todo por sentado, pues el absolutismo siempre está al acecho, sea de izquierdas o derechas; el equilibrio es mucho más endeble de lo que parece y la tentación de gobernantes en contubernio con élites mezquinas de terminar con aquellos que auditan socialmente a gobiernos y cuestionan sistemas, es una constante que socava las libertades alcanzadas.

Thomas Jefferson decía que “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”, el encarcelamiento de periodistas como José Rubén Zamora, la asfixia económica de medios de comunicación incómodos para el establishment y los linchamientos en redes de aquellos que cuestionan; redunda en pérdidas para la sociedad en su conjunto.

Los países con instituciones fuertes pueden soportar el vendaval absolutista, recién ocurrió en los Estados Unidos con los incidentes del 6 de enero del 2021; sin embargo, siempre hay daño, sobre todo en el debate, porque los principios se deterioran en pos de las consignas que profiere la chusma populista.

Quién sabe si dentro de poco el mundo abandonará esta especie de primavera que a principios del milenio parecía llevarnos a mejores estadios de progreso, tolerancia y desarrollo. Hoy, el panorama es mucho más sombrío.

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