Perpetuos retornos

Tras la caída de Napoleón y su exilio obligado en Santa Elena; Occidente parecía encaminarse finalmente hacia una época de prosperidad -pese a los intentos de la restauración y la guerra franco-prusiana-.

La sangría que las agresiones napoleónicas significaron para Europa, provocó que “el Águila” fuese paragonado al anticristo descrito por Nostradamus en sus crípticos escritos.

Ni siquiera los mensajes de Lourdes profetizaron “la Gran Guerra” que surgiría por el paneslavismo que Rusia entendía como destino manifiesto para el dominio del mundo.

La santa madre iglesia ortodoxa tenía una simbología de rectoría que en aquel momento contrastaba con el imperio austro-húngaro; el respiro que significó el periodo entre el fin del conflicto disputado por Prusia y Francia y la primera guerra mundial se llamó “Belle Epoque”. Todo parecía indicar que la civilidad y sofisticación se impondrían en un orden signado por la razón. La revolución industrial anunciaba un futuro que podía atisbarse con los escritos de Verne y la desalentadora “Metrópolis” de Lang.

Pese a lo anterior, el nacionalismo pisó fuerte y después del asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo; la humanidad se vio arrastrada hacia una conflagración sin antecedentes.

“La paz precaria” fue el periodo entre guerras, apenas una pausa para lo que sería una colisión aún más cruenta; tampoco las apariciones de Fátima previeron el advenimiento del nazismo que por la invasión a Polonia causó la segunda guerra mundial; los mensajes a los pastorcillos estilaban ideología anticomunista muy conveniente para la iglesia de aquel tiempo que percibía en los bolcheviques su peor amenaza.

Con el fin de la guerra fría, el genero humano creyó dirigirse hacia una especie de orden planetario que desembocaría en una dinámica similar a Star Trek; sin embargo, nunca se debe subestimar nuestra capacidad autodestructiva, pues luego de 30 años con relativa calma, los tambores de guerra resuenan en Ucrania al ser invadida por un ex KGB con el apoyo de la nacionalista iglesia rusa ‑como irónico eco del siglo XX-. Una nueva restauración con las antiguas fronteras soviéticas es la razón para tal acción; lo que estaba enterrado para siempre -el conflicto este-oeste- resucita y se revela con una ocupación europea que no sucedía desde hace más de 80 años.

Mientras, las élites de nuestro país reflejan esa especie de fascismo que tiene en la desinformación y surgimiento de teorías conspirativas el caldo de cultivo para la proliferación de líderes totalitarios y, por ende, peligrosos para la humanidad. La ignorancia es el arma de estos movimientos que irónicamente se sirvieron de las redes sociales -logro tecnológico de la globalización- para socavar el conocimiento científico, los hechos históricos, la realidad y todo lo que ha sido útil para desarrollar el ciclo de mayor prosperidad en la historia humana.

Veremos si no volvemos a caer en ese “eterno retorno” nitzchiano de destino fatal que tantas veces nos ha acompañado en el devenir de nuestra existencia.

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