De un plumazo, Tucídides acabó con la tradición ateniense respecto al asesinato de Hiparco -hijo de Pisístrato- como tirano de la Polis, desencadenándose así el nacimiento del sistema democrático que caracterizó al siglo de Perícles. En realidad, el tirano era Hipia, el mayor de los pisistrátidas; no obstante, cuando el “legislador de la historia” -como llamaba Luciano de Samósata a Tucídides- investigó y aclaró esta cuestión en el siglo V antes de Cristo, demostró que en un corto período de tiempo puede perderse muchísima información e incluso distorsionarse la historia.
La dicotomía entre narrativa histórica y el relato objetivo de eventos en sí, es uno de los entuertos últimos que enfrentan los académicos; nuestra convulsa época donde las post-verdades han pasado a sustituir la objetividad a causa de las redes sociales, han hecho de falsarios y demagogos inductores de opinión solo por métricas de seguidores. Un instrumento que es útil para la difusión del conocimiento se ha convertido en propagador de bulos y parafraseando de nuevo a Umberto Eco: la voz para legiones de idiotas.
Los conspiranoicos ultraconservadores se han instalado en las derechas de las democracias occidentales; el pensamiento mágico como disparador de los temores tribales que milenios atrás tuvieron nuestros ancestros, prepotentemente se presenta en el inicio del milenio, donde ahora la inteligencia artificial convive en una relación anacrónica con neopentecostales que en los desayunos de oración evocan costumbres y tradiciones antediluviananas.
El conservadurismo xenófobo, proteccionista y religioso busca prevalecer como la constante en el espectro político -cuando siempre fue tomado como una marginal excepción-; es decir, los extremistas intolerantes que eran un conglomerado vergonzoso para los conservatives ahora quieren ser el mainstream de un menjurje neofascista/ultracatólico/neopentecostal que tiene en una sola canasta la más variopinta fauna de especímenes que otrora causaban sonrojo a las dirigencias.
Si la novela histórica impresa fue un ante litteram para la reinterpretación de personajes y eventos, ahora tal proceso está a la orden del día en las distintas plataformas digitales. Las infinitas versiones que contienen las redes sobre lo ocurrido en un suceso determinado, hacen que todos duden de todo y muchas veces, al final, se imponga la opción más entendible para el imbécil promedio; la cual, evidentemente, no sería con precisión la que contase con los elementos aproximativos para desarrollar una versión real de los hechos.
Como todo en la vida es relativo, también es relativo que ello lo sea; por tanto, una exhaustiva y responsable verificación de datos es quizá la apuesta que medios de comunicación, comunidades en línea y formadores de opinión deben implementar para separar la paja del trigo; de lo contrario, dentro de pocos años, la actual realidad será una futurista reinterpretación ficticia de lo que hoy acontece y la memoria de la humanidad estará al servicio de un grupo determinado.